martes, 28 de diciembre de 2010

Aquellos encuentros que te cambian la vida.

Sería el año 1977 o 78. No lo recuerdo bien.
Lo que sí sé es que hacía frío. Era invierno. De esos inviernos rudos del este de Francia, donde vivíamos el exilio con mi familia. Esos inviernos helados en Nancy, con nieve, días cortos y noches largas. Muy largas.
De lo que también estoy seguro es del día. Sábado. Sábado por la mañana.
Mi padre abre la puerta y junto a él un hombre alto, barbudo y muy abrigado.
Hijo, me dice mi padre, te presento al compañero Sergio Ortega.
No fue la única vez que lo vi. Mi padre comunista estaba a cargo de recibir y atender al compañero Ortega cada vez que pasaba por nuestra ciudad para reunirse con la célula del PC Chileno en Nancy y sobre todo para saborear los ricos almuerzos chilenos que le preparaba mi mamá: cazuela, charquicán, empanadas, pan amasado, lo que fuera siempre era recibido con una gran exclamación de felicidad y añoranza por la patria lejana.
En una de esas visitas me escucho tocar guitarra y seguramente le interpreté una de mis pequeñas obritas musicales. Lo cierto es que me recomendó ingresar al Concervatorio de Música y estudiar. Estudiar.
Luego nunca más lo vi.
Yo retorné a Chile en 1981 y comenzó otra historia.
Pero la vida me permitió seguir modestamente sus pasos. De la música popular pasé a la música de teatro y el año 2001 yo también llegué a trabajar como músico al Teatro de la Chile, al Antonio Varas donde durante tantos años fue el Director Musical. Y desde ahí, parado junto a todos lo trabajadores del Teatro y tocando su música con Patricio Solovera, le dijimos: hasta pronto maestro, vuelva cuando quiera. Esta es su casa.

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